domingo, 2 de abril de 2017

Reseña: La Carrera

La Carrera.

Nina Allan.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nevsky Prospects / Fábulas de Albion. Madrid, 2017. Título original: The Race. Traducción: Carmen Torres y Laura Naranjo. 423 páginas.

La novela de Nina Allan es un collage calidoscópico que conforme se va  «girando» y sus piezas van encajando deja ver imágenes totalmente diferentes pero que se componen de un mismo sustrato, ofreciendo en conjunto una escena muy superior. La autora juega con la estructura de historias sucesivas, rompiendo con la linealidad, que proyectan interpretaciones sobre las anteriores, difuminando las fronteras para ofrecer un relato inicial de ciencia ficción que se revela consciente de su irrealidad en una segunda entrega perteneciente al realismo sucio. Cinco historias o capítulos, o cuatro más un Apéndice que es una historia en sí misma, tres en el ámbito de la fantasía, dos realistas, que se miran en un espejo, dialogan entre sí, y se descubren parte de un mismo trasfondo y un mismo tema, sin compartir realmente un escenario. Es muy difícil hablar de esta novela sin desvelar aspectos fundamentales de su trama, sin revelar el juego de artificio en que la autora implica a sus lectores, el desafío intelectual que les lanza a la cara sin concesiones envuelto en sugerentes narraciones. Colapso ecológico, manipulación genética, violencia de género, abandono, búsqueda de identidad, posibles universos paralelos, experimentación metatextual y la Literatura como un juego y un reto que entretiene, sugiere y hace reflexionar.

El libro se abre con la historia de Jenna en la Inglaterra de un futuro bastante desolador. Con un paisaje contaminado, inhabitable en ocasiones, víctima del fracking, la ciudad de Sapphire sobrevive en su decadencia gracias al atractivo turístico de sus carreras de perros biónicos. Galgos genéticamente modificados con ADN humano, inicialmente con motivos militares, que comparten una conexión empática, un sexto sentido cercano a la telepatía, con sus controladores o cuidadores humanos gracias a sus implantes cerebrales. Jenna, hermana del encargado de un criadero de estos perros, sortea la vida de una ciudad apática, desnortada y sin demasiado futuro, mientras lidia con sus propios problemas. Entonces, los tejemanejes con los bajos fondos de su hermano Del, violento y un tanto bipolar, le van a meter en un problema que implicará la necesidad de que uno de sus perros gane la Triple Delawarr, la más importante carrera de la temporada. Da paso entonces a un relato triste y demoledor, que refleja un mundo que se ha ido al traste y al que le quedan pocas esperanzas, en el que se hace difícil que las familias se mantengan unidas por mucho que lo intenten, donde sólo se necesita la retirada de una pieza para que toda la torre se derrumbe, y un tipo capaz de apostarse la vida de su hija al resultado de una carrera, quien irónicamente es también quien más la ama, viene a demostrar de lo que son capaces aquellos llevados más allá de sus límites. La historia se encuentra narrada de una forma que pone el foco en muchos detalles cercanos, en el drama cotidiano, en las relaciones afectivas, en la problemática de los controladores y sus gustos, en el mundillo de las apuestas y en el desarrollo de la carrera propiamente dicha, pero deja la imagen general un tanto difusa, desdibujada tras referencias a una guerra que causó un gran número de muertos entre la población inglesa, la pobreza generalizada o a todas las circunstancias que han llevado hasta allí.

Una sensación de indefinición totalmente intencionada y que se entiende a la perfección cuando se inicia la lectura de la segunda historia, la de Christy, que nos transporta al presente y donde se descubre, junto a un buen montón de puntos de encuentro, el origen de todo el relato anterior. De forma rupturista, y algo frustrante, el relato se sitúa en Hastings en el presente —o pasado cercano—, en el que Allan presenta a una escritora que escribe cuentos sobre una imaginaria Inglaterra futura, en los que plasma una imagen refractada de la realidad que está viviendo, con un hermano con dos caras muy diferenciadas —aunque seguramente, dada una de sus reprobables acciones, tras la que es imposible seguir viéndolo de ninguna manera benévola, venza por goleada su faceta oscura— y un padre más bien poco afectivo. Las vidas de Jenna y Christy tienen tantos paralelismos que es imposible no preguntarse por la conexión que las une o si la una no se basará en las vivencias de la otra. Mundos en descomposición, una familia que se desmorona, una madre ausente, una pérdida, un mundo muy poco amable y una chica tan maltratada y con tantas defensas alzadas que no le permite aceptar la ayuda de los que de verdad quieren su bien. El horror de la violencia de género y el doloroso retrato de una víctima, nadando en la confusión de sentimientos, está tratada de una forma tan impresionante como angustiosa, tan ambivalente como seguramente polémica.

Las historias posteriores, cual si de un bucle se tratara, se desvelan como continuaciones y cierres, desde otras ópticas, de los anteriores. No es algo nuevo escribir sobre escritores que escriben aquello que el lector está leyendo en ese mismo momento, pero el acierto de Allan es la atmósfera absolutamente alienada, el arte en la forma de narrarlo y las dudas que siembra en todo momento, mientras ofrece relatos de lo más consistente. Es una novela que se deconstruye a sí misma, que sólo se deja ver de forma parcial, absolutamente como la vida misma. Una narración de ficción realista, de realismo sucio en realidad, envuelta en un relato de ciencia ficción especulativa sobre las situaciones planteadas en la primera. Es mucho más que una estructura circular de cajas chinas o muñecas rusas, desde el momento en que el lector se da cuenta de que no importa tanto el ropaje —que también—, como el mensaje subyacente. Un mensaje universal sobre la empatía y sobre la necesidad de las relaciones, de alejarse de las tóxicas, pero saber aceptar las que de verdad se entregan de corazón. De las parejas que se unen por razones equivocadas o se rompen por motivos estúpidos. Del horror de lo que una persona puede hacerle a otra cuando no es capaz de «ponerse en su lugar». De lo difícil que es transmitir los sentimientos cuando no se comparte un lenguaje, ya sea hablado o simplemente sentimental y referencial, común.

Con su enigmática, intrigante y apasionante narrativa, con una impresionante fuerza emocional, con ese futuro que pudiera perfectamente derivar de nuestro presente, pero cuya geografía lo convierte en realidad paralela, la autora, a través del afán de Jenna por convertirse en una reputada artesana diseñadora y fabricante de guantes para los controladores y de Christy de perseguir su sueño de ser escritora, propone temas sobre la exploración de la identidad y la pertenencia, sobre la búsqueda de cada persona de su lugar en el mundo, de cómo se adaptan unas personas a otras modificando incluso su personalidad para acomodarse a la otra o de cómo tomar las riendas de la propia vida, de no tener miedo a la independencia, afrontando incluso lo más terrible y saliendo de la aplastante sombra que  pueden proyectar sobre uno otras personas. Pero también reflexiona sobre cómo un amor malentendido o una familia desestructurada causa un inmenso daño a los más cercanos, que deberían ser los más queridos y protegidos, y a un tiempo sobre cómo el amor, romántico, fraternal o filial, puede convertirse en una liberación a la que sólo el miedo —al otro, al cambio, al qué dirán…— puede cortar las alas. O de cómo el pasado se proyecta en el futuro, de la manera en que las acciones tienen consecuencias, y  el por qué es tan difícil aprender de los propios errores. Y, desgraciadamente, habla sobre la violencia de género, el sexismo y el maltrato, sobre una lacra que no cesa y que proyecta sombras profundas, inhabilitantes, sobre toda la existencia de las víctimas.

Con una evidente lectura ecológica y antibelicista a nivel general, dado el desastre medioambiental, el futuro bastante oscuro retratado —y la presencia de unas mega ballenas que son la auténtica personificación de una naturaleza atacada por, pero también indiferente al, hombre—, y los objetivos manifiestos tras la manipulación y «mejora» genética de los galgos, Allan aprovecha la tercera historia, Alex, para hablar sobre ese racismo «cotidiano», no siempre evidente para uno mismo, pero que asalta los comportamientos de la mayoría de las personas sin quizá siquiera ser consciente de ello. Siendo la interesantísima reflexión sobre las lenguas y el lenguaje, sobre los principios de la comunicación y de la necesidad de que los demás nos comprendan un tema que persiste en todo el volumen, bajo la cuarta historia, Maree, subyace la recepción de unas comunicaciones alienígenas absolutamente imposibles de decodificar por medios «normales», transmisiones de radio que apenas son interpretables y que ni siquiera se saben reales o no, y que muy bien se podría trasladar a lo difícil que resulta a veces llegar a comprender incluso a las personas que se encuentran a nuestro lado. Un tema, el de la comunicación, que la autora salpica con abundantes referencias literarias a diferentes autores y novelas leídas por los protagonistas, que seguramente influyeran en ella misma, y que ofrece al lector como parte de la clave para descifrar los acertijos que encierran los relatos, y que tiene un especial matiz artístico en la quinta y última historia, donde el broche se cierra para ambos mundos.

La Carrera es varias novelas en una, especulación y realismo a un tiempo, un hipnótico juego de espejos que se guarda para sí un buen montón de misterios y respuestas, demasiados mensajes librados al albur de la interpretación particular de cada lector, demasiadas líneas que desaparecen sin conocer su destino. Es francamente fascinante a la vez que desalentadora en su inmensa amplitud. Es realmente dura e, incluso, desalentadora a veces en su mensaje. Consigue desubicar y fuerza a tener que estar reconsiderando a cada paso los parámetros en que se desenvuelven las historias al no dar un escenario fijo para ellas. Depende de cómo se enfoque, como conjunto o por separado, su lectura es un gratificante desafío o un desasosegante paseo por historias de lo más sugerentes, entre la denuncia de las lacras del hoy y un desolador y onírico paisaje del mañana. Hay que buscar más allá de lo obvio, sumergirse en busca de las no tan evidentes conexiones, o dejarse arrastrar por la corriente. En todo caso su lectura es tan recomendable como, muy posiblemente, necesaria. —Y la magnífica edición, traducción y corrección a cargo de todo el equipo de Nevsky no hace sino hacer más imperativa la «sugerencia»—.

3 comentarios:

Mangrii dijo...

Hola :) No he podido resistirme y he leído la reseña a trozos, aunque se que no hay spoilers nunca. De momento coincido más o menos en lo que estoy leyendo y viendo. Se que estas peculiares historias van a tener algo, algo que se va sugiriendo, y me encanta. Me recuerda de cierta forma a David Mitchell en Relojes de Hueso, aunque quizás más en El atlas de las nubes. Coge a una protagonista y cuenta su historia de una forma tan peculiar, que las hace tan diferentes. Un abrazo^^

Javi dijo...

Iba a decir que la reseña me había convencido para hacerle un hueco a esta lectura, hasta que leí a Mangri y su comparación con David Mitchell...Desde ese momento la cosa se ha puesto cuesta arriba XD.

Gran reseña por cierto. Saludos

Santiago dijo...

Muy buenas.

Sí, Mangrii, yo tampoco suelo leer las reseñas de aquellos libros que tengo pensado leer y reseñar yo mismo, más que nada precisamente para no condicionarme, pero a veces es difícil resistirse.

Y Javi, que no te asusten los comentarios de Mangrii, que la novela merece la pena, y de Mitchell tiene más que nada algo de la estructura, porque en temas y plasmación son totalmente diferentes ;-)

Saludos